sábado, 24 de septiembre de 2011

Sábado sabadete

Se sentó en la barra y sus pupilas resbalaron hasta el cristal lleno de salpicaduras. Al otro lado, un amasijo de tropezones de diversos colores y texturas le devolvió la mirada en forma de ensaladilla rancia. La tortilla y la fritanga variada le hizo sentirse peor. Aún más perdido. El pensamiento de haber perdido su reflejo de por vida le martilleaba la sien, eso y una calvicie galopante.

Ya se habían discutido otras veces, de hecho, casi todas las mañanas. Solía despertarse y tropezarse con su reflejo en cuanto se levantaba de la cama. La cruda realidad le abofeteaba con la mano abierta antes que el despertador marcara las ocho en punto. Ambos se miraban con aquella expresión entre asco y desprecio y se echaban en cara todo tipo de reproches. Ninguno de los dos soportaba como su cuerpo se iba deteriorando y se culpaban mutuamente de dejarse tan libremente al paso de los años.

Pese a las discusiones y los rencores, su reflejo siempre acababa volviendo en un par de horas, era un tipo dependiente; él lo sabía bien. Empezaba viendo destellos, manchas aleatorias, como en el test de Rorschach, que acababan por configurar su propia imagen en la concavidad de la cuchara o en el pomo de la puerta. Era entonces cuando tenía la certeza de que había vuelto. Sin embargo, esta ocasión ya llevaba desaparecido desde el lunes. Al pensarlo se echó a llorar como un niño en la barra de aquel bar. Era sábado y los sábados tocaba recordar por qué había sucumbido a aquello llamado matrimonio. Se imaginó a su mujer con el camisón transparente con un sinfín de encajes y mordiéndose el dedo como tant le gustaba a él. En aquellas noches, ella se volvía una mujer dedicada y sumisa, complacía todas sus fantasías sin rechistar. Ella tan solo pedía una cosa, que fuera afeitado.Pero ahora que se había esfumado su reflejo, afeitarse se le antojaba una tarea hercúlea. Ni tan siquiera había podido peinarse en días o recortarse los pelos de la nariz. Se daba por vencido. Pensó una vez más en su mujer, se acabó la caña y, entre sollozos, pidió otra intentando a la vez que intentaba ocultar su erección.


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